Estas contienen células calciformes que segregan proteínas que se disuelven
en agua para formar el moco.
El agua viene del vapor de la respiración y también de la sangre a través de
pequeñísimos huecos en las paredes de los capilares que cubren la nariz.
Cuando se goza de buena salud, las células ciliares de la nariz -que parecen
microscópicos pelitos- mantienen el flujo de moco hacia la parte trasera de la
garganta, donde se traga.
Esto remueve el polvo y las bacterias aéreas hacia el estómago, donde pueden
ser eliminados por los ácidos estomacales.
Si uno tiene una infección, el virus puede manipular este mecanismo para
incrementar la producción de moco.
Esto sobrepasa a los cilios y se filtra hacia afuera una mezcla de moco,
glóbulos blancos muertos y partículas virales.
Llamamos moco a este desagradable cóctel y es una de las vías que utilizan
los virus para propagarse de una persona a otra.
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