Convivir con la naturaleza (foto de Jaime Cristóbal López)

viernes, 8 de marzo de 2013

Colección editorial: La pluralidad Cultural en México



La educación indígena en México
Elisa Ramirez Castañeda
Introducción


Este libro comienza con el encuentro de indios y españoles en nuestro país y no con la educación durante tiempos anteriores; me parece que solamente es posible hablar de indígenas y de educación indígena tras el primer contacto –y cuando aparece el deseo de transformar a los habitantes originarios del país en algo diferente o cuando se les define desde categorías ajenas a sus culturas. La educación indígena siempre se ha referido a aquello que se considera que los indígenas deben saber, no la instrucción o enseñanza que los indios mismos imparten o impartieron. Desde siempre, hablar de educación indígena supone una apreciación externa de sus culturas.

El papel de las diferentes poblaciones, culturas y lenguas que deben compartir un mismo territorio o deben participar en un solo proyecto de nación siempre fue conflictivo; las diferencias siempre se consideran valorativamente, otorgando a los indígenas una categoría inferior a la de otros mexicanos; y al hablar de diferencias hablamos de desigualdad económica, política y social. El sometimiento, la explotación, la exclusión de las esferas de decisión –educativas, políticas- hacen de la diferencia, históricamente, una debilidad. Toda política indigenista –o educativa- se ha encaminado desde un principio a hacer menores las distancias entre las culturas para así zanjar la brecha, pero tal acercamiento implica siempre la renuncia del indio a su cultura para adoptar la dominante.

Las distancias del principio fueron abismales: se dudaba incluso de la humanidad de los antiguos habitantes de las tierras recién descubiertas. Poco a poco se intenta igualar las distintas culturas subsumiéndolas en la cultura general y las culturas indígenas se asumen, en el mejor de los casos, como patrimonio genérico y antecedente histórico de todos los habitantes de la nación. El indio deja de serlo en cuanto se integra a la sociedad nacional y renuncia a su cultura para convertirse en miembro de una nación genérica, donde ya no reclama su especificidad.

Nunca han faltado, desde el primer contacto, quienes promulguen individualmente que dicha diferencia implicaba igualdad, riqueza y hasta superioridad; desde quienes reclamaron una evangelización anterior a la llegada de los españoles hasta quienes pretenden el retorno a las formas de gobierno prehispánicas o quienes declaran, durante el porfiriato, que los indios son los mejore adaptados al medio; desde aquellos que pretendían aislarlos para no contaminarlos de los males de los conquistadores hasta quienes actualmente consideran la propuesta comunitaria o india como la única solución contra todos los males que aquejan al país o al mundo entero.

La educación indígena en nuestro país jamás ha sido tal; nunca ha sido planeada ni ejercida autónomamente por los propios interesados, éstos se limitan a la educación informal de sus miembros por carecer de los recursos para crear una infraestructura escolarizada. De igual manera, nunca han ejercido el poder económico ni el político en tanto indígenas ni como voceros de dicha causa. La educación indígena siempre ha sido trazada desde el exterior, apropiándose de los valores y culturas en provecho de la nación –no de los indios- o simplemente anulándolos, devaluándolos o utilizándolos en su afán de homologar a todos los ciudadanos, independientemente de sus lenguas. Y todo ello con tal insistencia que cuando por fin los indios se sientan a la mesa para discutir la educación que les conviene y defenderla como un derecho ganado mediante la movilización consciente, lo que proponen no dista mucho de aquello que se ha trazado para ellos desde la cultura dominante, o se coloca incluso por debajo de las expectativas de los teóricos o las propuestas pedagógicas de avanzada procedentes de la disidencia de la cultura no india. La educación indígena, en este sentido, ha sido un éxito, pues las demandas indígenas suelen ser por una educación igual a la que ya reciben, pero de mayor calidad, no específicamente relacionada con sus culturas –que no son parte del currículo escolar sino apenas un medio para lograr el mejor aprendizaje de una segunda lengua y de otra cultura.

Parte de la aculturación de los indígenas ilustrados incluye en proceso mediante el cual adoptan como propios los proyectos de avanzada de los indianistas y aliados de sus causas, aun a despecho de los deseos de las comunidades, a quines debe siempre convencerse de que la inclusión de sus culturas en la educación indígena facilita a los niños el aprendizaje de la cultura ajena. Nunca, por otra parte, han mostrado la necesidad de incluir sus propios contenidos en el currículo nacional sino desde ese nicho, como voceros ya aculturados.

En el campo de la educación en particular y del indigenismo en general, se permiten florilegios demagógicos que no podrían siquiera imaginarse si se tratara de la discusión de la explotación de recursos naturales, la autonomía política o la redefinición de la relación económica entre las diferentes culturas de una democracia.

Tras casi quinientos años de convivencia, aún no hay un esquema que permita el libre desarrollo de culturas diferentes –a pesar de las legislaciones que decretan la multiculturalidad y la propaganda que condena la discriminación en cápsulas televisivas- sin menoscabo de la cultura indígena. No se trata de declaratorias de voluntad, sino de distancias irreconciliables.
 

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