Prácticamente nadie está en desacuerdo con la afirmación de que la educación en México, sobre todo en el nivel básico que es el fundamento de la pirámide, es un verdadero desastre que aleja al país de la posibilidad de competir con solvencia en la nueva sociedad del conocimiento.
Tampoco parece haber fuertes divergencia en torno al papel negativo que ha venido jugando el Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Educación (SNTE) en los esfuerzos por elevar la calidad de la enseñanza que reciben los niños y los adolescentes mexicanos en los niveles básico y medio básico de nuestro sistema educativo.
El lastre que significa la organización gremial proviene, sobre todo, de su carácter de fuerza de tarea política, concepción que está en su origen, cuando el emergente partido de estado que institucionalizó la revolución imaginó un modelo corporativo que invadió todos los ámbitos de la sociedad, usando el pretexto del avance social y la modernización, pero en realidad generando una compleja forma de hegemonía.
Años después, cuando el presidente Carlos Salinas de Gortari derriba a su tocayo Carlos Jonguitud Barrio, en 1989, lo que menos parecía interesarle era el aspecto educativo. Se trataba de una purga de poder en toda regla para afianzar una presidencia amenazada. Salinas quería mandar lecciones de modernización, pero sólo en el aspecto cosmético. A la caída del líder magisterial no le siguió, ni de lejos, una intención de democratizar la vida sindical.
Elba Esther Gordillo, la sucesora de Jonguitud por obra y gracia de Salinas de Gortari ha ejercido el más largo periodo de mando en la estructura del SNTE, gracias, sobre todo y paradójicamente, al arribo de la alternancia partidista en la presidencia de la República y la falta de proyecto de los dos presidentes panistas: Vicente Fox y Felipe Calderón.
El fortalecimiento del cacicazgo ejercido por Gordillo tiene ribetes que nunca se vivieron en la época del PRI: un partido político propio; alianzas con sectores intelectuales y empresariales; vasos comunicantes con la disidencia; y, presidiéndolo todo, una fuerte capacidad económica que se basa en el manejo centralizado de las cuotas sindicales a nivel nacional, algo imposible de pensar sin la complicidad presidencial.
En esa medida, Gordillo, y el SNTE con ella, constituyen un factor real de poder en el tablero de la política mexicana. El sistema educativo es rehén de maniobras donde lo que se encuentra en juego no son los retos de la propia educación, sino cuestiones ajenas: desde reparto de posiciones políticas, manejo de recursos públicos, proyectos políticos a futuro y, lo que no es menos importante, vanidades personales
Hoy, en el inicio del gobierno priista de Enrique Peña Nieto, vuelve a plantearse el tema de la educación como un punto relevante de la agenda pública, en su doble vertiente: el deterioro en la calidad de la enseñanza que se imparte en las aulas y las posiciones de poder del SNTE, lo que vuelve un verdadero laberinto lo que de por sí tiene una complejidad notable.
¿Quiere usar Peña Nieto el pretexto de la reforma educativa para debilitar al sindicato? En ese caso caerá en el mismo juego de su adversaria: emplear como ariete político el tema central de la urgente elevación de la calidad educativa.
Llevar a la Constitución del país el tema de la evaluación de los maestros y dotar de autonomía a un instituto que la lleve a cabo, equivale a reconocer que el sistema educativo es incapaz de autoevaluarse y de asumir un proceso de mejora continua de manera orgánica.
Esto, desde luego, es así en buena medida por el poder que la Secretaría de Educación ha cedido al sindicato en todos los niveles, llegando al extremo, en el gobierno de Calderón, de haber entregado la subsecretaría de Educación Básica no a un operador político del SNTE, sino a un representante personal de Elba Esther Gordillo: su yerno.
La medida no es nueva, forma parte de una vieja receta que ha mostrado su insuficiencia: las procuradurías de derechos humanos no han logrado frenar los abusos de las procuradurías de justicia, de las policías de las distintas corporaciones y del propio ejército; los órganos superiores de fiscalización siguen inermes frente a la corrupción; los institutos de acceso a la información no pueden con la opacidad de gobernadores y secretarios de estado.
El modelo refaccionario, que ahora tendrá otro capítulo en la creación de la Comisión Nacional Anticorrupción, ha servido para aumentar la burocracia, eximir de la autoevaluación a quienes tienen a su cargo las tareas sustantivas y crear pesadas cargas en procedimientos y papeleos.
En el caso de la educación, la reforma constitucional que maquiló el Poder Legislativo con el beneplácito de todas las fuerzas excepto el Panal , deja ahora en manos de la SEP la elaboración del reglamento que deberá darle concreción a los nuevos procesos. Allí volverá a aparecer Elba Esther Gordillo, atrincherada en la letra chiquita del gran acuerdo político que los partidos nacionales ya festinan.
Como, además, la reforma incluye necesariamente desplazamientos de poder que afectarán al sindicato, el presidente Enrique Peña Nieto puede estarle dando a la lideresa sindical el oxígeno que le había quitado su reinado cupular en los dos sexenios panistas: Gordillo y los maestros pueden encontrar un nueve espacio para requerirse mutuamente en defensa de los espacios políticos del gremio, usando nuevamente de rehén a la educación.
Hace unos días señalábamos aquí que Peña Nieto se equivocó al elegir para acotar al SNTE el terreno de batalla de la educación y no el de la modernización laboral. Cabe decir que el tema ni siquiera estuvo planteado, pues los cambios en el marco legal para las relaciones de trabajo sólo se limitaron al apartado A del artículo 123 y dejaron de lado a los sindicatos del sector público.
Ahora bien, si el tema de fondo en realidad es la mejora de la calidad educativa, el haberlo iniciado sin neutralizar a Elba Esther Gordillo, bien a través de acuerdos, bien a través de un bloqueo político a su capacidad de respuesta, pone en entredicho el éxito del proyecto o por lo menos su rápida instrumentación.
¿Cuál es el cálculo que están haciendo los nuevos amos políticos del país? ¿Estarán todos de acuerdo, para empezar? Este promete ser el punto más complejo de la agenda con la que arranca el sexenio. Ya lo veremos
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