Habitualmente se cita esta frase: "Conócete a
ti mismo", pero a menudo se pierde de vista su sentido exacto. A propósito
de la confusión que reina con respecto a estas palabras, pueden plantearse dos
cuestiones: la primera concierne al origen de esta expresión, la segunda a su
sentido real y a su razón de ser. Algunos lectores podrían creer que ambas
cuestiones son completamente distintas y que no tienen entre sí ninguna
relación. Tras una reflexión y un examen atento, claramente aparece que
mantienen una estrecha conexión.
Si se les pregunta a quienes han estudiado la
filosofía griega quién fue el hombre que pronunció primero esta sabia frase, la
mayoría de ellos no dudará en responder que el autor de esta máxima es
Sócrates, aunque algunos pretenden referirla a Platón y otros a Pitágoras. De
estos pareceres contradictorios, de estas divergencias de opinión, estamos en
nuestro derecho de concluir que esta frase no tiene por autor a ninguno de los
filósofos mencionados, y que no es en ellos dónde habría que buscar su origen.
Nos parece lícito formular esta advertencia, que
parecerá justa al lector cuando sepa que dos de estos filósofos, Pitágoras y
Sócrates, no dejaron ningún escrito.
En cuanto a Platón, nadie, sea cual sea su
competencia filosófica, está en situación de distinguir qué fue dicho por él o
por su maestro Sócrates. La mayor parte de la doctrina de este último no nos es
conocida más que por mediación de Platón, y, por otra parte, se sabe que es en
la enseñanza de Pitágoras donde Platón recogió ciertos conocimientos de los que
hace gala en sus diálogos. Con ello, vemos que es extremadamente difícil
delimitar lo que corresponde a cada uno de estos tres filósofos. Lo que se atribuye
a Platón a menudo es también atribuido a Sócrates, y, entre las teorías
consideradas, algunas son anteriores a ambos y provienen de la escuela de
Pitágoras o de él mismo.
Verdaderamente, el origen de la expresión estudiada
se remonta mucho más allá de los tres filósofos mencionados. Mejor aún: es más
antigua que la historia de la filosofía, y supera también el dominio de la
filosofía.
Se dice que estas palabras estaban inscritas en la
puerta del templo de Apolo en Delfos. Posteriormente fueron adoptadas por
Sócrates, así como por otros filósofos, como uno de los principios de su
enseñanza, a pesar de la diferencia que haya podido existir entre estas
diversas enseñanzas y los fines perseguidos por sus autores. Es probable, por
lo demás, que también Pitágoras haya empleado esta expresión mucho antes que
Sócrates. Con ello, estos filósofos se proponían demostrar que su enseñanza no
era estrictamente personal, que provenía de un punto de partida más antiguo, de
un punto de vista más elevado que se confundía con la fuente misma de la
inspiración original, espontánea y divina.
Constatamos que estos filósofos eran, por ello, muy
diferentes a los filósofos modernos, que despliegan todos sus esfuerzos para
expresar algo nuevo, a fin de ofrecerlo como la expresión de su propio
pensamiento, de erigirse como los únicos autores de sus opiniones, como si la
verdad pudiera ser propiedad de alguien.
Veremos ahora por qué los filósofos antiguos
quisieron vincular su enseñanza con esta expresión o con alguna similar, y por
qué se puede decir que esta máxima es de un orden superior a toda filosofía.
Para responder a la segunda parte de esta cuestión,
diremos que la solución está contenida en el sentido original y etimológico de
la palabra "filosofía", que habría sido, se dice, empleada por
primera vez por Pitágoras. La palabra filosofía expresa propiamente el hecho de
amar a Sophia, la sabiduría, la aspiración a ésta o la disposición requerida
para adquirirla.
Esta palabra siempre ha sido empleada para calificar
una preparación a esa adquisición de la sabiduría, y especialmente los estudios
que podían ayudar al philosophos, o a aquel que experimentaba por ella alguna
tendencia, a convertirse en sophos, es decir, en sabio.
Así, como el medio no podría ser tomado por un fin,
el amor a la sabiduría no podría constituir la sabiduría misma. Y debido a que
la sabiduría es en sí idéntica al verdadero conocimiento interior, se puede
decir que el conocimiento filosófico no es sino un conocimiento superficial y
exterior. No posee en sí mismo, ni por sí mismo, un valor propio. Solamente
constituye un grado preliminar en la vía del conocimiento superior y verdadero,
que es la sabiduría.
Es muy conocido por quienes han estudiado a los
filósofos antiguos que éstos tenían dos clases de enseñanza, una exotérica y
otra esotérica. Todo lo que estaba escrito pertenecía solamente a la primera.
En cuanto a la segunda, nos es imposible conocer exactamente su naturaleza, ya
que por un lado estaba reservada a unos pocos, y, por otro, tenía un carácter secreto.
Ambas cualidades no hubieran tenido ninguna razón de ser si no hubiera habido
allí algo superior a la simple filosofía.
Puede al menos pensarse que esta enseñanza esotérica
estaba en estrecha y directa relación con la sabiduría y que no apelaba tan
sólo a la razón o a la lógica, como es el caso para la filosofía, que por ello
ha sido llamada "el conocimiento racional". Los filósofos de la
Antigüedad admitían que el conocimiento racional, es decir, la filosofía, no
era el más alto grado del conocimiento, no era la sabiduría.
¿Acaso la sabiduría puede ser enseñada del mismo
modo que el conocimiento exterior, por la palabra o mediante libros? Ello es
realmente imposible, y veremos la razón. Lo que podemos afirmar desde ahora es
que la preparación filosófica no es suficiente, ni siquiera como preparación,
pues no concierne más que a una facultad limitada, que es la razón, mientras
que la sabiduría concierne a la realidad del ser al completo.
De modo que existe una preparación a la sabiduría
más elevada que la filosofía, que no se dirige a la razón, sino al alma y al
espíritu, y a la que podemos llamar preparación interior; éste parece haber
sido el carácter de los más altos grados de la escuela de Pitágoras. Ha
ejercido su influencia a través de la escuela de Platón y hasta el
neo-platonismo de la escuela de Alejandría, donde apareció de nuevo claramente,
así como entre los neo-pitagóricos de la misma época.
Si para esta preparación interior se empleaban
también palabras, éstas no podían ser ya tomadas sino como símbolos destinados
a fijar la contemplación interior.
Mediante esta preparación, el hombre es llevado a
ciertos estados que le permiten superar el conocimiento racional al que había
llegado anteriormente, y como todo esto está muy por encima de la razón, está
también muy por encima de la filosofía, puesto que la palabra filosofía siempre
es empleada de hecho para designar algo que sólo pertenece a la razón.
No obstante, es asombroso que los modernos hayan
llegado a considerar a la filosofía, así definida, como si fuera completa en sí
misma, y olvidan así lo más elevado y superior.
La enseñanza esotérica fue conocida en los países de
oriente antes de propagarse en Grecia, donde recibió el nombre de
"misterios". Los primeros filósofos, en particular Pitágoras,
vincularon a ellos su enseñanza, como no siendo sino una expresión nueva de
ideas antiguas.
Existían numerosas clases de misterios con orígenes
diversos. Aquellos en los que se inspiraron Pitágoras y Platón estaban en
relación con el culto de Apolo. Los "misterios" tuvieron siempre un
carácter reservado y secreto, significando etimológicamente la propia palabra
"misterios" silencio total, no pudiendo ser expresadas mediante
palabras las cosas a las cuales se referían, sino tan sólo enseñadas por una
vía silenciosa. Pero los modernos, al ignorar cualquier otro método distinto al
que implica el uso de la palabra, al cual podemos llamar el método de la
enseñanza exotérica, han creído erróneamente, a causa de ello, que no había
aquí ninguna enseñanza.
Podemos afirmar que esta enseñanza silenciosa usaba
figuras, símbolos y otros medios que tenían por objetivo conducir al hombre a
estados interiores, permitiéndole llegar gradualmente al conocimiento real o a
la sabiduría.
Tal era el objetivo esencial y final de todos los
"misterios" y de otras cosas semejantes que pueden encontrarse en
diferentes lugares.
En cuanto a los "misterios" que estaban
especialmente vinculados al culto de Apolo y al propio Apolo, es preciso
recordar que éste era el dios del sol y de la luz, siendo ésta en su sentido
espiritual la fuente de donde brota todo conocimiento y de la que derivan las
ciencias y las artes.
Se dice que los ritos de Apolo llegaron del Norte y
esto se refiere a una tradición muy antigua, que se encuentra en libros
sagrados como el Vêda hindú y el Avesta persa.
Este origen nórdico era incluso afirmado más
especialmente para Delfos, que pasaba por ser un centro espiritual universal; y
había en su templo una piedra llamada "omphalos" que simbolizaba el
centro del mundo.
Se piensa que la historia de Pitágoras, e incluso su
propio nombre, poseen una cierta relación con los ritos de Apolo. Éste era
llamado Pythios, y se dice que Pytho era el nombre original de Delfos. La mujer
que recibía la inspiración de los Dioses en el templo era llamada Pythia. El
nombre de Pitágoras significa entonces "guía de la Pythia", lo cual
se aplica al propio Apolo. Se cuenta además que es la Pythia quien declaró que
Sócrates era el más sabio de los hombres. Parece entonces que Sócrates estuvo
relacionado con el centro espiritual de Delfos, al igual que Pitágoras.
Añadiremos que si bien todas las ciencias eran
atribuidas a Apolo, esto era incluso más especialmente en cuanto a la geometría
y la medicina. En la escuela pitagórica, la geometría y todas las ramas de las
matemáticas ocupaban el primer lugar en la preparación al conocimiento
superior. Con respecto a este conocimiento, estas ciencias no eran dejadas de
lado, sino que, por el contrario, eran empleadas como símbolos de la verdad
espiritual. También Platón consideraba a la geometría como una preparación
indispensable a toda otra enseñanza, y había inscrito sobre la puerta de su
escuela estas palabras: "Nadie entre aquí si no es geómetra". Se
comprende el sentido de estas palabras cuando se las refiere a otra fórmula del
mismo Platón: "Dios siempre geometriza", ya que, hablando de un Dios
geómetra, Platón aludía a Apolo.
No debe asombrar que los filósofos de la Antigüedad
hayan empleado la frase inscrita en la entrada del templo de Delfos, puesto que
conocemos ahora los vínculos que los unían a los ritos y al simbolismo de
Apolo.
Después de todo esto, fácilmente podemos comprender
el sentido real de la frase estudiada aquí y el error de los modernos a este
respecto. Este error deriva de que ellos han considerado esta frase como una
simple sentencia de un filósofo, a quien atribuyen siempre un pensamiento
comparable al suyo. Pero, en realidad, el pensamiento antiguo difería
profundamente del pensamiento moderno. Así, muchos atribuyen a esta frase un
sentido psicológico; pero lo que ellos llaman psicología consiste tan sólo en
el estudio de los fenómenos mentales, que no son sino modificaciones exteriores
-y no la esencia- del ser.
Otros aún ven en ella, sobre todo aquellos que la
atribuyen a Sócrates, un objetivo moral, la búsqueda de una ley aplicable a la
vida práctica. Todas estas interpretaciones exteriores, sin ser siempre
enteramente falsas, no justifican el carácter sagrado que poseía en su origen,
que implica un sentido mucho más profundo que el que así se le quiere atribuir.
En primer lugar, significa que ninguna enseñanza exotérica es capaz de dar el
conocimiento real, que el hombre debe encontrar solamente en sí mismo, pues, de
hecho, ningún conocimiento puede ser adquirido sino mediante una comprensión
personal.
Sin esta comprensión, ninguna enseñanza puede
desembocar en un resultado eficaz, y la enseñanza que no despierta en quien la
recibe una resonancia personal no puede procurar ninguna clase de conocimiento.
Es la razón de que Platón dijera que "todo lo que el hombre aprende está
ya en él". Todas las experiencias, todas las cosas exteriores que le
rodean no son más que una ocasión para ayudarle a tomar conocimiento de lo que
hay en sí mismo. Este despertar es lo que se llama anámnesis, que significa
"reminiscencia".
Si esto es cierto para todo conocimiento, lo es
mucho más para un conocimiento más elevado y más profundo, y, cuando el hombre
avanza hacia este conocimiento, todos los medios exteriores y sensibles se
hacen cada vez más insuficientes, hasta finalmente perder toda utilidad. Si
bien pueden ayudar a aproximarse a la sabiduría en algún grado, son impotentes
para adquirirla realmente, y se dice corrientemente en la India que el
verdadero guru o maestro se encuentra en el propio hombre y no en el mundo
exterior, aunque una ayuda exterior pueda ser útil al principio, para preparar
al hombre a encontrar en sí y por sí mismo lo que no puede encontrar en otra
parte, y particularmente lo que está por encima del nivel de la conciencia
racional. Es necesario, para lograrlo, realizar ciertos estados que avanzan
siempre más profundamente hacia el ser, hacia el centro, simbolizado por el
corazón y donde la conciencia del hombre debe ser transferida para hacerle
capaz de alcanzar el conocimiento real. Estos estados, que eran realizados en
los misterios antiguos, eran grados en la vía de esta transposición de la mente
al corazón.
Había, hemos dicho, una piedra en el templo de
Delfos llamada omphalos, que representaba el centro del ser humano, así como el
centro del mundo, según la correspondencia que existe entre el macrocosmos y el
microcosmos, es decir, el hombre, de tal manera que todo lo que está en uno
está en relación directa con lo que está en el otro. Avicena dijo: "Tú te
crees una nada, y sin embargo el mundo reside en ti".
Es curioso señalar la creencia extendida en la
Antigüedad según la cual el omphalos había caído del cielo, y se tendrá una
idea exacta del sentimiento de los griegos con respecto a esta piedra diciendo
que tenía cierta similitud con el que experimentamos con respecto a la piedra
negra sagrada de la Kaabah.
La similitud que existe entre el macrocosmos y el
microcosmos hace que cada uno de ellos sea la imagen del otro, y la
correspondencia entre los elementos que los componen demuestra que el hombre
debe conocerse a sí mismo primero para poder conocer después todas las cosas,
pues, en verdad, puede encontrarlo todo en él. Es por esta razón que algunas
ciencias -especialmente las que forman parte del conocimiento antiguo y que son
casi ignoradas por nuestros contemporáneos- poseen un doble sentido. Por su
apariencia exterior, estas ciencias se refieren al macrocosmos y pueden ser
consideradas justamente desde este punto de vista. Pero al mismo tiempo también
poseen un sentido más profundo, el que se refiere al propio hombre y a la vía
interior por la cual puede realizar el conocimiento en sí mismo, realización
que no es otra que la de su propio ser. Aristóteles dijo: "el ser es todo
lo que conoce", de tal modo que, allí donde existe conocimiento real -y no
su apariencia o su sombra- el conocimiento y el ser son una y la misma cosa.
La sombra, según Platón, es el conocimiento por los
sentidos e incluso el conocimiento racional que, aunque más elevado, tiene su
origen en los sentidos. En cuanto al conocimiento real, está por encima del
nivel de la razón; y su realización, o la realización del ser, es semejante a
la formación del mundo, según la correspondencia de la que hemos hablado.
Es ésta la razón de que algunas ciencias puedan
describirse bajo la apariencia de esta forma. Este doble sentido estaba
incluido en los antiguos misterios, del mismo modo que en todas las enseñanzas
que apuntan al mismo fin entre los pueblos de oriente.
Parece que igualmente en occidente esta enseñanza ha
existido durante toda la Edad Media, aunque hoy haya desaparecido
completamente, hasta el punto que la mayoría de los occidentales no tiene idea
alguna de su naturaleza o siquiera de su existencia.
Por todo lo precedente, vemos que el conocimiento
real no tiene como vía a la razón, sino al espíritu y al ser al completo, pues
no es otra cosa que la realización de este ser en todos sus estados, lo que
constituye el fin del conocimiento y la obtención de la sabiduría suprema.
En realidad, lo que pertenece al alma, e incluso al
espíritu, representa solamente grados en la vía hacia la esencia íntima que es
el verdadero Sí, y que puede hallarse tan sólo una vez que el ser ha alcanzado
su propio centro, cuando estando todas sus potencias unidas y concentradas como
en un solo punto, en el cual todas las cosas se le aparecen, cuando estando
contenidas en este punto como en su primer y único principio, puede entonces
conocer todas las cosas como en sí mismo y desde sí mismo, como la totalidad de
la existencia en la unidad de su propia esencia.
Es fácil ver cuán lejos está esto de la psicología
en el sentido moderno de la palabra, y que va incluso mucho más lejos que un
conocimiento más verdadero y más profundo del alma, que no puede ser sino el
primer paso en esta vía.
Es importante indicar que el significado de la
palabra nefs no debe ser aquí restringido al alma, pues esta palabra se
encuentra en la traducción árabe de la frase considerada, mientras que su
equivalente griego psyché no aparece en el original. No debe pues atribuirse a
esta palabra el sentido corriente, pues es seguro que posee otro significado
mucho más elevado que le hace asimilable al término esencia, y que se refiere
al Sí o al ser real; como prueba, tenemos lo que se dice en el siguiente
hadith, que es como un complemento de la frase griega: "Quien se conoce a
sí mismo, conoce a su Señor".
Cuando el hombre se conoce a sí mismo en su esencia
profunda, es decir, en el centro de su ser, es cuando conoce a su Señor. Y
conociendo a su Señor, conoce al mismo tiempo todas las cosas, que vienen de Él
y a Él retornan. Conoce todas las cosas en la suprema unidad del Principio
divino, fuera del cual, según la sentencia de Mohyiddin ibn Arabî, "no hay
absolutamente nada que exista", pues nada puede haber fuera del Infinito.
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