Coliseo, nombre
derivado del italiano colosseo por el que popularmente se conoce al anfiteatro
Flavio, comenzado en Roma por orden del emperador Vespasiano entre los años 69
y 79 d.C. De planta oval, con unas medidas aproximadas de 188 por 156 metros y
una altura total de 48 metros, se trata de una de las obras conservadas más
importantes de la antigüedad clásica, prueba de la perfección técnica de los
constructores romanos.
Construido sobre el
antiguo lago de la Domus Aurea de Nerón, el reto de su estructura consistió en
sustentar el enorme graderío, permitiendo al mismo tiempo la circulación
interior a través de galerías y vomitorios. Para ello se dispuso un sistema de
anillos ovales concéntricos compuestos por 80 pilares y muros radiales, unidos
mediante bóvedas de cañón y de arista. Para aligerar los pisos superiores y
evitar los empujes laterales se combinaron distintos materiales, desde las
losas de mármol de los recubrimientos y los sillares de travertino hasta el
hormigón de puzolana, el ladrillo y las piedras volcánicas más ligeras.
El graderío estaba
dividido en tres niveles: el podio, más cercano a la arena, los dos
intermedios, llamados maenianum primum y maenianum secundum, con asientos de
mármol sobre los muros radiales, y por último el superior o maenianum in
lignum, construido en madera sobre las bóvedas de los corredores perimetrales.
Debajo de la arena también había un complejo sistema de galerías y cámaras, que
incluían las jaulas de las fieras e incluso plataformas elevadoras. La fachada
del Coliseo es uno de los ejemplos más completos del lenguaje clásico
arquitectónico. Su combinación del sistema arquitrabado (columnas y dinteles)
con las arquerías sobre pilastras y el empleo de los órdenes superpuestos han
servido de modelo de composición clásica a lo largo de los siglos. Pero también
es relevante la presencia del ático, el remate casi ciego que albergaba los
mástiles del velarium, un inmenso toldo para dar sombra a los espectadores.
El Coliseo fue
completado por los sucesores de Vespasiano, los emperadores Tito y Domiciano,
de cuya dinastía tomó el nombre de anfiteatro Flavio. De acuerdo con los datos
de un documento del siglo IV, tenía un aforo de 87.000 espectadores, aunque los
historiadores calculan que tan solo 50.000 podían estar sentados. En cualquier
caso, su magnificencia marcó el modelo para todas las ciudades del Imperio, que
imitaron el ejemplo de Roma.
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