Tratar de explicar y valorar la función docente dentro de un
sistema educativo de calidad, que contribuya a crear una sociedad sana, no es
una tarea sencilla. En un principio, porque es difícil erradicar los
estereotipos y lugares comunes, que tenemos la mayoría de las personas, de los
docentes; más cuando ha sido una concepción basada en la observación
superficial.
Considero que
debemos concebir al docente como un ser individual, con carencias, necesidades,
actitudes y habilidades -como cualquier
otro ser humano-, que lo
distinguen y hacen diferente de otros docentes. Si bien el maestro es un sujeto
de suma importancia en el proceso educativo, también es verdad que no es el
único y, ni por asomo, el más importante dentro de este proceso. En
consecuencia, no es el principal culpable de nuestra mala educación.
El cuerpo denominado Magisterio, desgraciadamente -como
muchos de los sectores de nuestra sociedad-, está atestado de escollos casi
imposibles de librar. En algunas ocasiones algunos docentes, sobre todo recién
egresados, se convierten en ilusos guerreros al tratar de luchar contra las
instituciones previamente estructuradas y los vicios ya legitimados.
Lamentablemente, el tiempo suele ser, en este caso, el peor aliado, pues la
mayoría llegan a ser engullidos por el aparato escolar.
No utilizaré
estas líneas para redimir o sentenciar a los docentes, máxime que son seres
amados y en mayor medida odiados hasta el hastío, sino para tratar de entender
su posición y su rol en nuestra sociedad.
Rol del docente
Como parte de una estructura, a los docentes les corresponde
el rol de reproductores de la sociedad; muchas veces sin quererlo ni estar
plenamente conciente de ello. Esta reproducción puede ser de clases sociales,
de la ideología dominante, de políticas públicas o sencillamente de una
sociedad acorde a los intereses políticos del momento.
Pierre Bordieu y
Jean Claude Passeron, en La reproducción de la educación, explican ampliamente
este fenómeno, ya que se analiza el papel simbólico del aparato escolar. Los autores afirman que la educación es un
medio de reproducción, y que las
relaciones de aprendizaje, los contenidos, las evaluaciones y el lenguaje, sólo
ayudan a reproducir una sociedad dominante.
En el peor y la mayoría de los casos el docente se vuelve un
cuidador de esa reproducción social, sin una conciencia ni una participación
genuina en ese proceso controlado por un sistema educativo manipulador,
enajenante y tecnócrata. Sin darse
cuenta (o tal vez sí) de que su no pensada participación es una especie de
acción que contribuye, principalmente, a crear algo totalmente diferente de lo
que se puede llamar educación.
El quehacer
docente es una actividad que requiere de preparación constante, carácter,
actitud, tenacidad, creatividad, vocación y mucha paciencia, para sobrellevar
adecuadamente la misión que se le tiene asignada. Todo maestro que se precie de
serlo sabe perfectamente que: educar no es tarea fácil.
Dichos maestros
aunque sean entes distintos, lo quieran o no, deben conformar una unidad
sistemática para cumplir planes y objetivos a fines.
Los objetivos afines
Estos objetivos son marcados por programas donde -la mayoría
de las veces-, los elaboradores de éstos no están en contacto con la realidad
que viven el común de los maestros. Ocasionalmente, el docente encuentra estos
objetivos y las estrategias para llevarlos a cabo, como difíciles, inteligibles
y, a veces, incongruentes, con la situación que vive en su centro de trabajo.
Esta situación se da, porque la mayoría de los planes de estudio son copias
fieles o infieles de planes extranjeros implementados arbitrariamente en
nuestro país sin un previo análisis metodológico, provocando así que el
engranaje –por llamarlo de alguna manera-,
de la educación, no marche como algunos quisiéramos.
Engranaje mal ensamblado
Lamentable o afortunadamente –pues la crítica
contribuye al mejoramiento de las
cosas-, hay gente que opina que su educación fue interrumpida por sus años
escolares; otros, más burda y cruelmente, han expresado que después de la
escuela no saben cómo son capaces aún de seguir pensando. ¿Respondió la
educación a los intereses particulares de ésas personas? Evidentemente, no.
La crisis
educativa no sólo se vive en nuestro país, grandes naciones la han enfrentado y
han sobrevivido a un viejo sistema educativo, pero en el caso del sistema
educativo de México, la disposición de todos sus componentes la hace proclive
al fracaso o simplemente, a no obtener los resultados deseados.
Aunado a lo
anterior, tenemos la rutina, las condiciones paupérrimas de los centros de
trabajo, los bajos y desiguales salarios que hay en el mismo sector, el escaso
material didáctico, el poco apoyo por parte de las autoridades gubernamentales,
la insuficiente preparación que se recibe de los mandos educativos, los
interminables tramites burocráticos que parecen ser más importantes que la
educación misma; las organizaciones sindicales que se convirtieron en cotos de
poner que benefician sólo a unos cuantos, alumnos desinteresados en su
educación, padres solapadores, desinteresados, y por último y no menos
importante: la poca disposición de los
mismos docentes para renovarse día a día.
También hay que
mencionar que uno de los peores enemigos del mundo docente es la mentalidad
antediluviana, oficialista y tecnócrata. Organizada principalmente por las
mismas supervisiones escolares y sus mandos superiores, situación que convierte
a una de las profesiones más nobles y hermosas, en una actividad mecanizada,
dirigida por la comisión y la aceptación.
Preguntas sin respuesta
Tomando en cuenta lo
anterior me pregunto: ¿la educación que proporcionan los maestros debe
responder a intereses políticos, sociales y económicos de algunos, aunque las
necesidades del educando y de la sociedad sean completamente opuestas a dichos
intereses? ¿Deberá corresponder esta educación a paradigmas educativos en boga,
aunque éstos se postulen en países contextualmente diferentes al nuestro? ¿Cada
maestro deberá decidir qué parte de la sociedad quiere reproducir? Esto me
lleva a cuestionarme aún más si los docentes son aptos para tomar este tipo de
decisiones o simplemente deberíamos tratar de responder a los intereses
particulares del educando; me gustaría quedarme esto último. Creo que la
educación debe ser útil en la vida del educando y a través de ello, serlo para
nuestra sociedad, pero, atención, con
esto me refiero a una sociedad libre de pensamiento, sin cortinas de humo
tratando de ocultar nuestra realidad; por educando entiéndase un ser humano en
toda la extensión de la palabra, con derechos, responsabilidades y
aspiraciones.
Tal vez una
solución a los objetivos y planes “desfasados” sería que cada maestro elaborara
objetivos propios que partieran y dieran respuestas a las necesidades e
intereses presentados por los alumnos, en determinado contexto. En teoría, esto
se hace, pero, ¿qué tan comprometidos, informados y capacitados están los
docentes para llevar satisfactoriamente estos objetivos? Ahora, ¿qué tan
preparada está la sociedad para que se nos eduque apegados, digamos, a la
verdad, la igualdad y la tolerancia? ¿Se imaginan a un maestro de educación
primaria diciéndole a sus alumnos que la guerra de independencia benefició más
a los de por sí ya beneficiados, es decir, a los españoles? ¿Que los niños
héroes, ni eran niños, ni héroes, es más, que ni existieron? ¿Cómo se le
explica a un niño que en un país como el nuestro es más valorado ser un patiño
de televisión que un ser pensante?
Claro, esto que digo es consecuencia de una educación
impartida desde, por y para el Estado. Así que en este sentido también nos
falta madurar como sociedad, entender que nuestra educación es una
responsabilidad compartida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario