La
solidaridad es una de los valores humanos por excelencia, del que se espera
cuando un otro significativo requiere de nuestros buenos sentimientos para
salir adelante. En estos términos, la solidaridad se define como la
colaboración mutua en la personas, como aquel sentimiento que mantiene a las
personas unidas en todo momento, sobretodo cuando se viven experiencias
difíciles de las que no resulta fácil salir.
Debido
al verdadero significado de la solidaridad no es de extrañarse que escuchemos
este término con mayor frecuencia cuando nos encontramos en épocas de guerra o
de grandes de sastres naturales. De este modo, gracias a la solidaridad es
posible brindarle una mano a aquellos que resultan menos favorecidos con este
tipo de situaciones.
Como
vemos, la solidaridad es más que nada un acto social, una acción que le permite
al ser humano mantener y mantenerse en su naturaleza de ser social. Debido a lo
anterior es que resulta fundamental fomentar y desarrollar la solidaridad en
todas sus aristas, ya que no sólo será necesario llevar a cabo las acciones de
las que se requerirá en momentos de guerra o desastres naturales, sino que será
fundamental de aplicar cuando alguno de nuestros seres queridos, ya sean amigos
o familiares, tengan algún problema en el que nuestra ayuda o compañía sean un
aporte para mejorar en cierto modo la situación.
No
es de extrañarse entonces que la solidaridad se comporte como la base de muchos
otros valores humanos o incluso, de nuestras relaciones sociales más valiosas,
tal como es el caso de la amistad. En este sentido, la solidaridad nos permite
sentirnos unidos a otras personas en una relación que involucra sentimientos
necesarios para mantener el funcionamiento social normal. En términos más
generales, puede incluso permitirle al hombre sentir que pertenece a
determinado lugar, en otras palabras, permite desarrollar sentimientos como los
de pertenencia a cierta nación, manteniendo a los ciudadanos de un mismo lugar
luchar juntos por un mismo motivo o trabajar unidos para lograr una misma meta.
CUENTO
UN ALTO EN EL CAMINO
En un lejano país hubo una vez una
época de gran pobreza, donde sólo algunos ricos podían vivir sin problemas. Las
caravanas de tres de aquellos ricos coincidieron durante su viaje, y juntos
llegaron a una aldea donde la pobreza era extrema. Era tal su situación, que
provocó distintas reacciones a cada uno de ellos, y todas muy intensas.
El primer rico no pudo soportar ver aquello, así que tomó todo el oro y las joyas que llevaba en sus carros, que eran muchas, y los repartió sin quedarse nada entre las gentes del campo. A todos ellos deseó la mejor de las suertes, y partió.
El segundo rico, al ver su desesperada situación, paró con todos sus sirvientes, y quedándose lo justo para llegar a su destino, entregó a aquellos hombres toda su comida y bebida, pues veía que el dinero de poco les serviría. Se aseguró de que cada uno recibiera su parte y tuviera comida para cierto tiempo, y se despidió.
El tercero, al ver aquella pobreza, aceleró y pasó de largo, sin siquiera detenerse. Los otros ricos, mientras iban juntos por el camino, comentaban su poca decencia y su falta de solidaridad. Menos mal que allí habían estado ellos para ayudar a aquellos pobres...
Pero tres días después, se cruzaron con el tercer rico, que viajaba ahora en la dirección opuesta. Seguía caminando rápido, pero sus carros habían cambiado el oro y las mercancías por aperos de labranza, herramientas y sacos de distintas semillas y grano, y se dirigía a ayudar a luchar a la aldea contra la pobreza.
El primer rico no pudo soportar ver aquello, así que tomó todo el oro y las joyas que llevaba en sus carros, que eran muchas, y los repartió sin quedarse nada entre las gentes del campo. A todos ellos deseó la mejor de las suertes, y partió.
El segundo rico, al ver su desesperada situación, paró con todos sus sirvientes, y quedándose lo justo para llegar a su destino, entregó a aquellos hombres toda su comida y bebida, pues veía que el dinero de poco les serviría. Se aseguró de que cada uno recibiera su parte y tuviera comida para cierto tiempo, y se despidió.
El tercero, al ver aquella pobreza, aceleró y pasó de largo, sin siquiera detenerse. Los otros ricos, mientras iban juntos por el camino, comentaban su poca decencia y su falta de solidaridad. Menos mal que allí habían estado ellos para ayudar a aquellos pobres...
Pero tres días después, se cruzaron con el tercer rico, que viajaba ahora en la dirección opuesta. Seguía caminando rápido, pero sus carros habían cambiado el oro y las mercancías por aperos de labranza, herramientas y sacos de distintas semillas y grano, y se dirigía a ayudar a luchar a la aldea contra la pobreza.
Y eso, que ocurrió hace tanto,
seguimos viéndolo hoy. Hay gente generosa, aunque da sólo para que se vea lo
mucho que dan, y no quieren saber nada de quien lo recibe. Otros, también
generosos, tratan de ayudar realmente a quienes les rodean, pero sólo para
sentirse mejor por haber obrado bien. Y hay otros, los mejores, a quienes no
les importa mucho lo que piense el resto de generosos, ni dan de forma
ostentosa, pero se preocupan de verdad por mejorar la vida de aquellos a
quienes ayudan, y dan mucho de algo que vale mucho más que el dinero: su
tiempo, su ilusión y sus vidas.
¡Aún estamos a tiempo de cambiar al grupo bueno!
¡Aún estamos a tiempo de cambiar al grupo bueno!
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