Convivir con la naturaleza (foto de Jaime Cristóbal López)

viernes, 26 de octubre de 2012

Discriminación en la escuela 

¿Quién no recuerda a aquel compañerito retraído de escuela, del que todos se reían? Mientras la evocación puede resultar anecdótica para algunos, para otros significó un trauma cuyas huellas aún persisten. Son demasiados los patitos feos en las escuelas argentinas y, ante la creciente diversidad, educar en los valores se impone como un desafío en una sociedad sin reglas.

Laura esconde detrás de sus grandes anteojos aquellos ojitos tristes. Y, aunque adora las matemáticas, ir al colegio cada mañana le provoca una gran angustia que le golpea el pecho: la certeza de que escuchará una vez más a sus compañeros reírse cuando Martín le grite “cuatro ojos”. Sin embargo, Laura no es la única. Hay demasiados patitos feos en las aulas, demasiados chicos discriminados, burlados, y humillados. Y las consecuencias de una frustración temprana pueden llegar a extremos tan dramáticos como el trágico caso de Junior, un joven de Carmen de Patagones que disparó contra sus compañeros, matando a tres de ellos e hiriendo a cinco.

Si la escuela es, en esencia, formación moral, social, e intelectual, ¿Qué queda de ella si no es capaz de transmitir valores para la convivencia? Y es que, en definitiva, aquellos anti-valores que se cristalizan hoy en las aulas no son otros que los que la sociedad les enseña puertas afuera.

Como lo afirma la socióloga Cecilia Lipszyc, Coordinadora Nacional de Políticas Educativas y de Igualdad del Instituto Nacional contra la Discriminación, “la escuela actúa como dispositivo de reproducción cultural de la conducta ciudadana: junto con los conocimientos transmite un sistema de lealtades, la competencia, la creatividad, la solidaridad o su ausencia, el autoritarismo y las jerarquías como forma natural de las relaciones sociales. Difunde todo un ‘currículum oculto’ que, en la práctica, funciona como uno de los más importantes disciplinadores que posee un Estado”.

Educar con el ejemplo

Sin embargo, la escuela continúa siendo el ámbito propicio, por excelencia, para la germinación de un proyecto de convivencia y de respeto a la diversidad. ¿Qué papel juegan entonces los docentes, enfrentados hoy a una inusitada diversidad cultural, y a un desdibujamiento generalizado de los patrones morales? En una entrevista con Delta, la psicopedagoga Stella Maris Sastre afirmó: “El mejorar las relaciones tiene que ver con el mejorarse uno mismo cada día, para ser un educador modelo en lo cotidiano; y esto, más que en el diseño de una clase, está en la esencia y en la conciencia de educar con el ejemplo. Por supuesto que no se puede aspirar a una perfección que no existe, pero sí tomar conciencia de que somos modelos de educación, partiendo por no fumar en la sala de maestros, por ejemplo”, aseveró.

Es que, cuando de valores se trata, lejos de una enseñanza basada en el sermón -y muchas veces, en el doble discurso- se educa con lo que se hace cotidianamente. “Es necesario que se puedan prevenir los episodios de discriminación -expresó Sastre-, tienen que formar parte de la currícula en forma activa y cotidiana: en el grado, en el recreo, en los paseos; de mil maneras se puede implementar la solidaridad y el acompañamiento. Las emociones son educables, pero aunque figura en la currícula, no se trabajan lo suficiente. Por ello se debe trabajar desde el lugar de los derechos; hay algunas escuelas que lo hacen muy bien, por ejemplo, con respecto a los extranjeros, a los hermanos bolivianos y peruanos”, ejemplificó.

Y no se trata de tolerancia, sino de respeto. Consultada por Delta, Adriana Domínguez, delegada en Córdoba del Instituto Nacional contra la discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi), explicó: “Si los niños crecen con la idea de la tolerancia es como que ‘yo te permito ser diferente’, y en realidad lo que debemos construir es el respeto por el otro que es diferente, porque éste a mí me enriquece. En realidad -relató- la historia de nuestro país es eso. Venimos de raíces africanas, italianas, españolas, francesas e indígenas, y deberíamos estar respetando todas esas culturas porque Argentina es lo que es por ello, no tolerando”.

Cuando un maestro no alcanza
La diversidad social y cultural en las aulas argentinas emerge como el principal desafío que enfrentan los docentes. “Siempre hubo diversidad en el aula: siempre estuvieron los estudiosos, los vagos, los revolucionarios, los jaimitos, los del fondo, los visitadores del baño, los copiones, los buchones; pero la diversidad que existe hoy en el aula es tremenda. Es como si necesitáramos un aula para cada chico, el docente ya no puede solo. En primer grado, por ejemplo, entran chicos completamente alfabetizados que leen y escriben de corrido, a la par de otros que no saben ni los colores, dependiendo de qué medio socioeconómico vengan”, afirma la Licenciada en Psicopedagogía Liliana González. Es por ello que considera que los recursos del sistema educativo deben emplearse, fundamentalmente, para la creación de gabinetes psicopedagógicos.

Trabajar en conjunto

Stella Sastre señaló que más allá de la participación del psicopedagogo, lo importante es trabajar en forma conjunta, a través de la interconsulta, por ejemplo; ya que si bien en algunos casos hay gabinetes, cumplen un rol aislado con respecto al resto de la escuela.

Asimismo, esta necesidad creciente de adecuación reclama una mayor atención del maestro, quien “no debe dejar pasar un episodio de discriminación ni puede permitir, o ser un cómplice voluntario de esa circunstancia, debe ponerlo en palabras -señaló la psicopedagoga-. El docente debe estar atento a todo lo que diga y le preocupe al niño, y debe considerarlo una persona inteligente, y que siempre puede ser más”, apuntó, haciendo referencia a las inteligencias múltiples. “Si se trabaja en forma conjunta, el niño en plástica desplegará un tipo de inteligencia y en música otra; entonces hay que ir haciendo esa evaluación en equipo para cada niño”.

Por otra parte, insistió en la importancia que reviste el trabajo en conjunto con la familia, en tanto agente coeducador. “Hay que facilitar los medios para desarrollar el trabajo en grupo, o los representantes. Trabajar en redes quiere decir que a veces va a tener que ir una tía, una abuela, y si es reunión de padres, que empiece a llamarse reunión de familiares o de amigos que puedan colaborar”.

Secuelas perdurables

Más allá del maltrato y la violencia que implica un episodio de discriminación, las secuelas psicológicas para quienes la sufren llegan hasta el punto de afectar el desarrollo de la propia personalidad. “Por empezar, -dijo Sastre- va a tener una baja autoestima, y una persona con baja autoestima no despliega todas sus potencialidades: probablemente rinda menos en la escuela, tenga menos amigos, inclusive puede que coma menos y sufra de pesadillas o descompostura; todo lo cual lo lleva al fracaso escolar. Y eso, a su vez, vuelve a ser una causa de discriminación”. Este círculo vicioso resulta más que elocuente a la hora de comprender el impulso a conductas extremas agresivas o insociales hacia los demás, y frecuentemente inclusive hacia sí mismo.

Por ello, educar en el ejemplo -tanto para padres como maestros- supone también adoptar un comportamiento íntegro, tomar conciencia de que sin aplicar la moral es imposible pretender promoverla. Educar para los valores, en definitiva, significa comprender el verdadero motivo y significado de una formación integral: hacer de los niños, más que buenos alumnos, buenas personas. 
 

 

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