Convivir con la naturaleza (foto de Jaime Cristóbal López)

viernes, 26 de octubre de 2012

COLOSO DE RODAS


Sin viajar apenas en el tiempo (apenas unos tres años hacia delante, hasta el 277 a. de C.) vamos a presenciar la construcción de la última de las maravillas. Para ello abandonaremos el Asia Menor y nos internaremos en el mar Egeo. Allí, apenas a 18 kilómetros de la costa, encontraremos la más importante de las islas Espóradas: Rodas. Es importante porque su ciudad, del mismo nombre, es la capital del Dodecaneso, archipiélago compuesto por una veintena de islas. La situación geográfica de Rodas es privilegiada para comerciar con Grecia, el Asia Menor e incluso Egipto, y gracias a eso se ha convertido en el centro comercial más importante del Mediterráneo Oriental.

Por ello no es extraño que alguna potencia de la época ambicione apoderarse de Rodas e intente tomarla, como Macedonia. Su rey, Demetrio I Poliarcetes, es conocido por su experiencia en el arte militar, sobre todo en los asedios, tanto, que en futuro los militares se referirán a la técnica de asediar fortalezas como "Poliarcética". Demetrio ataca pues, Rodas. Sin embargo, la ciudad resiste los embates de este temible guerrero, quien finalmente se retira.

Para celebrar este triunfo, la ciudad decide elevar un monumento memorable a Helios, dios del sol, en el puerto. Dirige las obras Cares de Lindos, discípulo de Lisipo. La estatua va creciendo, primero el armazón de hierro y sobre él las placas de bronce. Finalmente, cuando la estatua se termina mide nada menos que 32 metros de altura. Su fama atraerá a viajeros de todo el mundo antiguo para verlo.



Con el Coloso, llegaron a ser cinco las maravillas del mundo que se alzaban sobre la faz de la tierra, número que no fué superado sino que fué decreciendo. Cincuenta y seis años después de su construcción, en el 223 a. de C., un terremoto derribó al Coloso. Los habitantes de Rodas, siguiendo el consejo de un oráculo, decidieron dejar yacer sus restos donde cayeron. Y así fué, durante cerca de novecientos años, hasta que en el 654 d. de C. los musulmanes se apoderaron del bronce como botín en una incursión.

La leyenda del Coloso tendió, cómo no, a agrandar sus proporciones. Durante el renacimiento el Coloso fué "descubierto" por los humanistas, al igual que el resto del arte griego, y su magnificencia fué remarcada haciéndose circular que su tamaño era tal que los barcos pasaban entre sus piernas. Pero el Coloso no necesita de mitificación: habrá de pasar la friolera de dos mil años hasta que el hombre realice otra estatua colosal que la supere, lo cual lo dice todo.

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