Diez razones maestras de la razón de ser del maestro.
1. Nadie aprende en
cabeza ajena, dice el dicho. Pero todo lo que hay perdurable en nuestra cabeza
lo hemos aprendido de otros. Esos otros de lo que hemos aprendido no han sido
al fin y al cabo sino nuestros maestros.
2. Si alguien fue
nuestro maestro alguna vez, lo sigue siendo el resto de nuestra vida. Porque no
hay nada tan memorable como la propia iniciación en algo, el deslumbramiento de
entrar por primera vez a un mundo que no habíamos visto, a una realidad que no
habíamos sospechado, a un conocimiento que multiplica lo que sabíamos hasta
entonces. Ésta es la tarea profesional del maestro: la iniciación en el saber.
3. Como la del
ministro religioso, la tarea del maestro tiene algo de revelación. Como la del
político, tiene algo de guía. Como la de los padres, tiene algo de ejemplo
supremo y autoridad definitiva. No es casual que sea una de las profesiones
llamadas vocacionales, una profesión que exige clara predisposición,
temperamento adecuado y gusto por ella. El maestro, como los artistas, nace, y
después se hace.
4. Las estadísticas
internacionales demuestran que no hay inversión mejor y más rentable para una
sociedad que la inversión educativa. Ninguna nación moderna ha conocido la
prosperidad sin antes haber construido un eficiente sistema educativo.
5. Hacia el fin del
milenio, se hace evidente que la fuerza que mueve y transforma al mundo no es
la de las armas, la de las máquinas, ni la del dinero, sino la fuerza del
conocimiento. Quien transmite y reproduce mejor el conocimiento, transforma
mejor el mundo en que vive, crea sociedades más justas, economías más
productivas, instituciones más eficientes, en una palabra: países más fuertes.
6. Así, conforme se
asientan los intensos cambios del siglo XX, la profesión de maestro aparece
como decisiva en el desarrollo de las sociedades. Es el eslabón profesional
clave de la institución social clave: la escuela.
7. Los países
necesitan ingenieros que construyan carreteras, médicos que curen enfermedades,
abogados que apliquen las leyes, agricultores que siembren los campos,
trabajadores que hagan producir las fábricas. Pero para tener todo eso
necesitan, primero, tener maestros: gente que enseñe a los ingenieros a
construir, a los médicos a curar, a los abogados a legislar, a los agricultores
a sembrar, a los trabajadores a producir y, a todos ellos, a ser maestros de
los demás y de sí mismos. Porque el que deja de aprender, deja de reproducirse.
8. No hay recurso
natural más rico que la cabeza de los niños. De esas cabezas, debida y
oportunamente educadas, han de salir todos los bienes materiales y espirituales
que una sociedad pueda reproducir. en esas cabezas frescas, abiertas,
receptivas, maleables, se escriben cada día los guiones, los anticipos, las
rutas múltiples de los que nuestro país será en el futuro. El encargado
profesional de moldear esa materia preciosa es el maestro. Está obligado, por
ello, a ser el orfebre mayor.
9. Los maestros y las
escuelas de nuestro país son responsables de una hazaña cultural que no hemos
acabado de reconocerles. En el curso de este siglo han llevado a todos los
puntos del país el mensaje de la identidad nacional de México. En el aula, día
con día, al pasado incesante de las generaciones, la escuela y los maestros han
difundido, construido y generalizado los sentimientos de la nación. Han
enseñado a millones de mexicanos la primera de las cosas esenciales que hay que
aprender en la escuela: quiénes somos y de dónde venimos, en qué país hemos nacido
y qué pasión le debemos.
10. El mayor elogio y
la prueba mayor de la razón de ser del maestro es el recuerdo, vivo en cada
quien, de los maestros que cada quien ha tenido.
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