Convivir con la naturaleza (foto de Jaime Cristóbal López)

jueves, 25 de octubre de 2012

NEMESIS


Existe un hipotético miembro del sistema solar que merece la pena mencionar ya que su existencia, aunque improbable, desmontaría muchas de las ideas más arraigadas acerca del Sol. Se trata de la presunta «compañera solar masiva», si bien en muchas de las teorías más exóticas que defienden su existencia recibe otro nombre, el de la diosa griega de la venganza divina, Némesis.

Nuestro Sol, por lo demás una estrella corriente, tiene una característica notable: su presencia solitaria en el espacio. La mayoría de estrellas de nuestro cielo han resultado ser miembros de sistemas binarios. Unas están acompañadas de estrellas tan luminosas o más que ellas; otras danzan con los restos densos de compañeras muertas, en otro tiempo masivas, y algunas continúan su vida con normalidad, sin ser perturbadas apenas por la presencia de minúsculas estrellas enanas que pueden orbitarla hasta un año luz de distancia. 

¿Y si el Sol tuviera, realmente, una compañera de esta última categoría? Las débiles enanas rojas y las enanas marrones (astros de tamaño intermedio entre los planetas mayores y las estrellas más pequeñas) son difíciles de detectar incluso con instrumentos modernos y una pequeña estrella lejana, en una órbita de muchos millones de años, no se delataría por su influencia gravitatoria. La existencia de una de tales estrellas sirve de base a una de las teorías científicas modernas más audaces.



Desde el descubrimiento, en 1.979, de un raro elemento, el Iridio, en rocas de todo el mundo en el límite entre los períodos geológicos del Cretácico y el Terciario, se ha aceptado generalmente que el impacto de un gran cometa coincidió con la desaparición -y contribuyó a ella- de los dinosaurios y del 85 por ciento de las especies terrestres de nuestro planeta, hace 65 millones de años. La historia de la Tierra está salpicada de tales extinciones en masa y, por ello, los geólogos empezaron pronto a investigar si todas estas catástrofes evolutivas podían estar ligadas a impactos con cuerpos procedentes del espacio. Se encontraron más cráteres, que se dataron en los periodos correspondientes, pero todavía existe controversia sobre si estos impactos, por si solos, pudieron causar la devastación biológica de una extinción masiva. Aun más discutida resulta la afirmación de algunos científicos de que las extinciones masivas y los cráteres principales se producen a intervalos regulares de unos 26 millones de años.

La idea de que las extinciones sigan ciclos regulares todavía es una opinión minoritaria pero, si resultara cierta, no existe ningún mecanismo terrestre que pueda explicarla, por lo que los científicos apuntan a las estrellas y a los largos ciclos de órbitas estelares. Si los grandes cráteres de impacto siguieran ese mismo ciclo, la mejor explicación sería que algo en orbita elíptica perturbara la Nube de Oort a intervalos regulares. Una órbita de 26 millones de años sería excesivamente grande para un objeto de tamaño planetario, pero aceptable para una débil estrella enana.

Los defensores de tal teoría han llamado Némesis a esta «estrella muerta». Si existe, aunque se trate de una mortecina enana marrón, debería quedar al alcance de los telescopios modernos, pero se trata de saber dónde buscar, Némesis podría acechar en cualquier rincón del cielo y su órbita sería tan lenta que no ofrecería pistas gravitatorias para su localización.

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