Mencionar a
Michoacán es hablar de uno de los estados más bellos de la República Mexicana,
con un pujante crecimiento económico, social y cultural, además de un extenso
abanico de manifestaciones artísticas populares. Aquí, la fusión de las
culturas indígena y española, ha dado como resultado una artesanía regional
única, ampliamente valorada no sólo en nuestro país, sino en el mundo entero.
Guardando un vínculo directo con nuestro pasado prehispánico, la alfarería es
quizá una de las expresiones que el hombre más ha utilizado para satisfacer sus
necesidades, tanto de utensilios como de representación artística. Ha servido
para crear enseres de la vida cotidiana como vasijas, platos, vasos, ánforas,
calentadores, así como para plasmar mediante objetos y esculturas, sus
creencias.
En Michoacán, el empleo de técnicas antiguas no ha cambiado con el
correr de los años, sino que se han reforzado y mejorado gracias a los
procedimientos traídos desde el viejo continente el bruñido, el vidriado y la
cerámica de alta temperatura. Hoy en día, de las hábiles manos de los alfareros,
surgen formas sencillas, como pueden ser una taza o una vajilla de barro,
figurillas de calaveras con escenas de la vida diaria, hasta las más abstractas
e irrepetibles con dibujos multicolores o bruñidas en un verde intenso, como
las de Cocucho, Tzintzuntzan, Ichán, Capula, Patamban, Santa Fe de la Laguna o
la Cañada de los Once Pueblos, o los “diablitos” de Ocumicho
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