Las estrategias de comprensión lectora
deben incorporar tres objetivos. Primero, hacer ver a los alumnos en qué
consiste la comprensión de un texto y cómo puede conseguirse. Segundo,
enseñarles que aprender a comprender un texto va unido al aprendizaje de los
contenidos curriculares. Y tercero, lograr que la
lectura de textos les resulte útil, de tal forma que sean conscientes de
la necesidad de leer de una manera comprensiva y comunicativa.
Hay tres ideas sobre la enseñanza de las
estrategias de comprensión que quizás resuman cuanto sabemos al respecto. Una
vez enunciadas pasaremos a ilustrarlas con algunos ejemplos.
La
primera es la más obvia de todas: para poder enseñar algo es necesario hacer
«visible» eso que nos proponemos enseñar; en nuestro caso, es necesario hacer
ver a los alumnos en qué consiste comprender un texto y cómo puede conseguirse
la comprensión. Repárese en que ambas cuestiones no son evidentes: ni es fácil
definir qué es comprender ni, menos aún, mostrar cómo se puede actuar al
respecto (al menos si lo comparamos con otras tareas). Llamaremos a este
principio o idea: visibilidad. Siguiendo esta lógica, se han
desarrollado recursos instruccionales para enseñar a los alumnos a «dialogar
consigo mismos» mientras leen y, por tanto, a crear objetivos de lectura, a
revisar si los están alcanzando (supervisar) y a evaluar por sí mismos los
resultados obtenidos. De la misma manera, se han desarrollado estrategias para
enseñar a operar con la estructura de los textos. Igualmente, ha sido muy común
mostrar a los alumnos cómo contrastar lo que leen con lo que saben e
involucrarse en un activo proceso de auto-cuestionamiento.
Una
segunda idea es que aprender a comprender los textos está doblemente unido al
éxito en el aprendizaje de los contenidos curriculares. En un sentido, el más
obvio, cabe sostener que la competencia para comprender los textos es un
instrumento para aprender: quien mejor lectura comprensiva tiene, mejor y más
aprende acerca de los contenidos curriculares. Pero también cabe argumentar a
favor del otro sentido, es decir, que la competencia lectora es una
consecuencia de ese mismo éxito académico que lleva a leer más o al menos con
más convicción, lo que facilita que el alumno, al mismo tiempo que adquiere
conocimientos, repare en ciertas propiedades de los textos y de su propio
comportamiento cuando se enfrenta a ellos. Como consecuencia, cabe que los
alumnos aprendan estrategias de comprensión a través de una enseñanza explícita
fuera del contexto del aula, pero, en último término, esas estrategias habrán
de ser útiles dentro de ella y encontrarán en ella la mejor plataforma para su
desarrollo. Llamaremos a esta segunda idea: contextualización curricular.
La
tercera idea, coherente especialmente con la anterior, se refiere a cómo lograr
que la experiencia con los textos tenga un sentido genuino. En otras palabras,
se trataría de hacer lo posible para que la lectura de los textos esté inserta
en proyectos cuyos
objetivos últimos resulten relevantes a los alumnos y para cuyo desarrollo sea
necesario utilizar los textos escritos de una manera comprensiva y
comunicativa. Se crearía entonces una experiencia de sentido,
que es vital, dado que estamos intentando mantener vinculada a toda la
población con un proyecto de formación que ha de durar años. Repárese que en el
punto anterior se hablaba de la necesidad de conectar la enseñanza de estrategias
de comprensión con el resto de la vida del aula, mientras que en éste se trata
de conectar la vida del aula con el resto de la vida.
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