No
existe ninguna definición totalmente satisfactoria de enfermedad orgánica.
Tradicionalmente se considera enfermedad a cualquier alteración de la
estructura o de la función del organismo, con un deterioro de funciones, un
descenso de las capacidades o del bienestar. No siempre resulta fácil la
distinción, ¿una persona con dolor de cabeza está enferma o sólo sufre una
molestia pasajera?, ¿a partir de cuántos centímetros de estatura ya no se es
una persona baja sino que se padecen rasgos de enanismo? El criterio de
sufrimiento tampoco es infalible; existen enfermedades muy graves que cursan
sin dolor. En psiquiatría el problema es aún más complejo, pues existen serias
dolencias que producen al paciente una sensación de bienestar y felicidad e
incluso un aumento real de sus capacidades normales (por ejemplo, una fase
maníaca, en la que están más alegres, más activos y con mejor memoria, etc.),
pese a lo cual están enfermos.
La
gradación entre «normal y anormal» se desliza por una pendiente continua en la
que es muy difícil marcar el límite, tal como sucede, por ejemplo, entre los
niveles de inteligencia. Al criterio de «enfermedad» hay que emparejar el de
«variantes de la normalidad», por ejemplo, un tímido o un aprensivo. En el
momento en que esta variante, por su intensidad, es perturbadora para la vida
personal, familiar o social del individuo podemos de nuevo hablar de
«enfermedad». El sentido común lleva a aceptar la definición más práctica:
enfermedad psíquica es todo lo que provoca una alteración o anomalía del
pensamiento, de sus sentimientos, de las emociones, de la conducta de las
relaciones interpersonales y de la adaptación social y profesional, sobrevenida
patológicamente.
La
definición de psíquicamente normal es tan difícil y arbitraria como la de
«anormal». Hay tres criterios.
a)
Normalidad, como salud: sería «normal» todo el que esté «sano», o sea que no
presente síntomas de anormalidad. Con este criterio se delimita, mejor o peor,
lo que puede considerarse como «razonablemente normal», pero no aclara cuál es
el estado óptimo, la meta ideal.
b)
Normalidad, como utopía: a su delimitación tienden especialmente las escuelas
de psiquiatría dinámica, pues con su técnica no pretenden sólo la desaparición
de los síntomas que preocupan al enfermo, sino una reestructuración de toda la
personalidad. La «salud mental» es para ellos una situación ideal que describen
como «la combinación armoniosa de las diversas estructuras mentales, que
culmina en un funcionamiento óptimo».
c)
Normalidad, como proceso: es el criterio de las ciencias sociales y de
conducta; más que un análisis de las capacidades o déficit que presenta el
sujeto en un momento determinado, valoran la capacidad de adaptación y la
madurez de los esquemas de respuesta y de adecuación de la conducta a largo
plazo.
La
psiquiatría clásica considera auténticas «enfermedades» mentales sólo a las que
son consecuencia de malformaciones o enfermedades somáticas. Suelen tener
diferencias cualitativas con el psiquismo normal, no sólo un aumento anómalo de
algo que todos tienen. Por ejemplo, el pensamiento sonoro, las alucinaciones
visuales o las ideas delirantes no existen en la persona normal, quien las
tiene presenta diferencias «cualitativas»; estas enfermedades se denominan
psicosis. Todas las restantes entidades clínicas psiquiátricas son «variantes
del modo de ser psíquico», y comprenden las neurosis, las psicopatías y las
disposiciones anormales de la inteligencia.
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