¿A qué se llama “evaluar”?
Hay muchos casos en los que es posible hablar de evaluaciones
realizadas de forma permanente y de manera informal. Por ejemplo, cuando un docente se pregunta: “¿Cómo
van las cosas?”, “¿Están comprendiendo?”. O cuando reflexiona: “Hoy la clase fue buena, pudo notarse en el
nivel de las preguntas y en la discusión fi nal, pero ¿los que no participaron…?”. O
también cuando se preocupa: “Creo que debería disminuir el ritmo”, “Me parece que este tema precisa más
ejercitación”, “Hoy noté muchos errores en la tarea individual”. O al cualificar: “Marta mejoró mucho en
su rendimiento, se esfuerza y parece más animada, habría que apoyarla un poco más porque, de seguir
así, puede aprobar la materia”. Pero, normalmente, la referencia a la evaluación alude a una dimensión
más formalizada. La evaluación se caracteriza por tres rasgos: primero, obtener información del modo más
sistemático posible, en segundo lugar valorar un estado de cosas, de acuerdo con esa información,
en relación con criterios establecidos y, tercero, su propósito es la toma de decisiones.
La evaluación se diferencia de una actividad descriptiva, porque,
como señala Perrenoud, siempre se evalúa para actuar (Perrenoud, 1999a: 53). La información es
necesaria pero no alcanza para la toma de decisiones. Ellas dependen de los juicios que se elaboran mediante
el análisis de la información realizado con ciertos criterios: objetivos, pautas de desarrollo, modelos,
reglas de procedimiento, principios.
Como el propósito de la evaluación es tomar decisiones de distinto
nivel, la información que se utilice, los instrumentos para obtenerla, los criterios y las pautas de
valoración dependen del propósito que se quiera cumplir o, dicho de otra manera, de la decisión que se
quiera tomar. Jean-Marie De Ketele describe posibles propósitos de una evaluación o, en otros
términos, un inventario de decisiones pedagógicas al respecto:
Aportes para el desarrollo curricular
Evaluar para certificar: En este caso, se trata de
decidir si la persona que evaluamos posee los conocimientos suficientes para pasar al curso o al ciclo siguiente, o a la vida
profesional, según corresponda.
La evaluación debería referirse no a micro-objetivos intermedios
sino a objetivos globales terminales; es decir, a macro-objetivos que integren un número importante de
objetivos intermedios. Como la certificación es una decisión dicotómica –el alumno tiene o no
tiene la competencia mínima–, es fundamental definir bien los criterios en los que la decisión se fundará.
Evaluar para clasificar la población: La decisión –explícita o implícita– consiste en
situar a los sujetos unos en relación con los otros: quién es el primero, el segundo,
el último; o qué nota puede atribuirse a cada uno de ellos: sobresaliente, diez, bueno, suficiente.
Evaluar para hacer el balance de los objetivos intermedios: Es necesario distinguir dos tipos de evaluación-balance referidas a los objetivos intermedios. En el
primer caso, se trata de decidir si el alumno ha alcanzado los objetivos intermedios requeridos para
poder continuar la secuencia de aprendizaje; en el segundo, de ver en qué medida dio buenos resultados el
aprendizaje concerniente a los
objetivos intermedios de perfeccionamiento. Estos dos tipos de
evaluación-balance condicionan las decisiones correctivas.
Evaluar para diagnosticar: Este tipo de evaluación permite tomar un gran número de decisiones
de ajuste o “de regulación”. Se utiliza cuando el balance se ha
revelado insatisfactorio. Puede referirse a producciones, a procedimientos utilizados o a procesos mentales no
directamente observables.
Evaluar para clasificar en subgrupos: Esta decisión implica la determinación de
subgrupos, homogéneos o heterogéneos, según los casos y las necesidades que se hayan
detectado en los alumnos.
Evaluar para seleccionar: Se trata de ordenar los resultados por orden de importancia, para
tomar decisiones sobre ingreso o diferenciación de las personas
evaluadas; esto supone establecer los niveles para establecer la aceptación o derivación.
Evaluar para predecir el éxito: Se trata de una evaluación basada en una investigación anterior
que ha establecido una relación entre predictores y criterios de éxito
(por ejemplo, que los niños que tienen un cociente intelectual superior a 120 en un test determinado
aprenden a leer aun cuando el medio escolar y familiar sean muy desfavorables); supone la estabilidad de las
condiciones en las que se ha observado esa relación; entonces, debe emplearse el mismo test, en las
mismas condiciones de evaluación, para sujetos con características similares a las de los evaluados (De
Ketele, 1984: 30-32).
En última instancia el problema que resuelve cada evaluación es
singular. Afortunadamente, los instrumentos, los principios y las reglas de procedimiento de las que se dispone
son generales y existen instrumentos apropiados para muchísimas situaciones. Pero, como en
tantas otras cuestiones educativas, el problema básico no está en los instrumentos, sino en defi nir
la ocasión para su uso. Esto tiene
importancia en el tema de evaluación, donde la recurrencia a
cierto instrumental oscureció, a veces, la deliberación en torno a los propósitos y a los valores
implicados. El instrumento no resuelve el problema sino
el uso que hacemos de él. Pero los problemas no se resuelven sin ser capaces de
utilizar el instrumental
adecuado.
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