La afición siempre quiere que su club gane y
psicológicamente juega un papel importante en los jugadores de su equipo que al
sentirse apoyados y empujados por sus “fans” se deben llenar de adrenalina y
energía adicional para dar un segundo esfuerzo, para correr más y demostrar
porque merecen ese apoyo con un mejor futbol y más entrega. Lamentablemente esa
ecuación en nuestro país se cae a pedazos cuando el aficionado que es experto
en futbol, rápidamente nota que el equipo no da tres pases seguidos, que no
hace tres tiros al marco rival en todo el juego, que los muchachos alineados no
están haciendo una gesta heroica en la cancha, sino que parece que hubieran entrado
descontrolados, con pereza. Aquí el aficionado se convierte en fanático herido
y traicionado, empieza a chiflar a su propio equipo y salta de un campo de
futbol a una plaza de toros y canta el
ole, ole, ole, a favor del equipo rival para ver si sus jugadores reaccionan y
se inyectan una dosis de vergüenza y orgullo para darle vuelta a lo que está
sucediendo en el campo.
Es triste que el técnico no se dé cuenta tan rápido
como los aficionados que su trabajo de
la semana falló y que luego de un triste espectáculo, pretenda resaltar las
pocas cosas buenas que se dieron en el campo, muchas por casualidad, como el
resultado positivo del trabajo horrible que su equipo hizo en el partido. Aún
es más triste que regañe al público por el abucheo temprano, que no es otra
cosa que el esfuerzo del aficionado por hacerle ver al técnico desde las
alturas las cosas que tal vez él no ve por estar tan cerca de la cancha. No
puede esperar el público al final del partido para silbar, ya para qué, lo malo
es que ni jugadores, ni cuerpo técnico entiendan que el aficionado está
recordándoles que deben dar buenos pases, que deben correr más, que deben
desmarcarse, que si no tienen el balón deben ir a buscarlo con entrega visible,
que deben brindar un buen espectáculo y que si todo eso se hace y se ve, al
final aún la derrota va a ser más digerible para todos. Gigante tarea tiene el
técnico de lograr que su equipo juegue siempre con la intensidad del segundo
partido y no con el desgano del primero. Porque que se puede, se puede y así
quedó demostrado en estos juegos.
A veces parece que sólo los aficionados se dan cuenta
que nuestro fútbol es el único que no se supera y ya los demás nos alcanzaron,
que no tenemos suficientes jugadores buenos para tantos equipos en primera, que
no hacemos buena gestión de ligas menores, que mientras sigan mandando en las
gradas las barras bravas cada vez menos familias irán al estadio, que tenemos
muchos entrenadores con poca preparación y experiencia, que ya no hace falta ser titular y destacado
en un equipo para integrar la selección nacional, que el público ya no va a los
estadios porque el espectáculo es malo y porque los pocos jugadores que
destacan en unos algunos partidos y sin consolidarse en el medio nacional
rápidamente son comercializados en otros países en ligas de poca monta. Lo
único maravilloso en nuestro medio son los agentes de los jugadores que con
magníficas ediciones de video logran firmar contratos donde el que más gana es
el agente y que los pocos muchachos que van al exterior a hacer una prueba
generalmente regresan rechazados.
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